24 noviembre 2006

..:: Cine, recepción y temporalidad ::..


Hace un par de días me senté de nuevo frente al televisor para ver, una vez más, una de mis películas favoritas Great Expectations (Alfonso Cuarón, 1998). Mientras corría el film traté de recordar el por qué me había gustado tanto esta película, por qué lloré frenéticamente la primera vez que la vi y por qué ahora lo que me atrapaba eran la mirada de Finn (Ethan Hawke), Ms. Dora Drigers Dinsmore (Anne Bancroft) aventando al gato, la iluminación y, sin duda, el sound track… Algo similar me ocurrió la semana pasada cuando vi otra de mis consagradas, Lost in Translation (Sofia Coppola, 2003), pero esta vez me identifiqué con los silencios de Charlotte (Scarlett Johansson), más que con los problemas maritales de Bob Harris (Bill Murray). Suspendida en mi pregunta sobre qué había cambiado, descubrí una frase reveladora:

Every body wants to be found

Sí, esta idea encierra el nudo existencial de ambas películas. Pero, sin duda, algo ha cambiado en mi universo interior y paralelo que origina una recepción distinta a la primera, aquella de cuando tenía 23 años, aquella otra de cuando tenía 27. Grandes esperanzas ya no me pareció tan contundente, la etapa de los corazones rotos se ha ido quedando atrás: no sé si se debe a que ya no tengo corazón y ahora reside algo de frialdad en mi discurso sobre el amor, o si ya me he acostumbrado a la idea de profundas y exquisitas relaciones de pareja que un día se terminan para abrir paso a otras nuevas, sin historia, sin destino.

En medio de este nudo de sentimientos e ideas, que no logro separar, me iluminó la idea del tiempo y su influencia demoledora en la recepción cinematográfica. ¡Ah!, pensé, aquí hay un conecte fascinante: el tiempo histórico y la recepción cinematográfica. Así, como la memoria es atada al tiempo presente y al tiempo pasado simultáneamente, así como la lectura de un libro nos conduce cada vez a nuevas interpretaciones, así nuestra recepción del cine también se va transformando: porque no somos los mismos, porque vamos adquiriendo competencia para observar el cine y porque el tiempo nos alcanza, nos va colmando de experiencias que transforman las posibilidades de comprensión de una historia.

Creo que éste puede ser un buen tema para investigar y para escribir un buen artículo desde la mirada de la historiadora, porque como lo he planteado en clase y como lo he ido confirmando en la literatura, el cine es sin duda una representación social del mundo y esta no es sino histórica, es decir un producto cultural que es en el tiempo histórico: condición del presente, vinculado a una tradición y manifestación de las expectativas sociales. Así, sin profundizar aún en este problema, estuve pensando que estas dos películas plantean un problema cultural de mi generación que tiene que ver con la experiencia del amor, pero sin duda con la necesidad de saber quienes somos y a qué obedece nuestro desencanto. También lo pienso como un elemento de identidad que acompaña nuestra experiencia de vida en las ciudades, de nuestra vida universitaria, de nuestra condición clasemediera, de nuestro acceso a un discurso sobre las relaciones entre hombres y mujeres, a las coincidencias por el gusto de un cierto tipo de cine, de un ritmo, de un sistema de imágenes, quizá sí hasta con un asunto de la semántica.

Bueno, he cambiado. Mi propia experiencia del tiempo ha ido transformando mi mirada -quien me recuerde de entonces observará que mis ojos son más oscuros y que las palabras que salen de mi boca son un poco menos que ingenuas. Sin embargo, me sigue maravillando el cine –y sigo creyendo en la existencia de Cassiel y de Franccesca (Tan lejos y tan cerca. Wim Wenders, 1993).