22 julio 2009

Deadlines y un auto en marcha

Detiene el auto frente al portón sin apagarlo. Pone los cambios en neutral y jala la palanca del break mientras busca las llaves del candado en su bolsa. Son las seis de la tarde y el verano inició hace dos semanas. La tarde está iluminada y calurosa. El callejón solo. Por primera vez llega temprano a casa porque tiene un deadline que no le permite distracciones. El trabajo viene en un hard drive con nueve mil imágenes por revisar junto con los archivos de un libro que tal vez no se publique. No encuentra las llaves para abrir el candado y el tiempo y la gasolina y el auto prendido aun. Un minuto más.

Sube las ventanas por instinto. El calor dentro es insufrible y el sudor le escurre por la cara. Descubre las llaves al fondo de la bolsita de cosméticos y piensa que debe apagar el auto. El sistema eléctrico quita por default los seguros de las puertas. Está a punto de bajar. Él aparece sin hacer ruido, descalzo, sucio, sin varios dientes. El típico malandro de las pesadillas de la gente bien se detiene frente a la puerta del conductor. La observa sin un gesto. Las llaves y la billetera están en su bolsa. Los seguros abiertos. Las ventanas arriba. Piensa. Voltea y esta tarde no hay nadie en el callejón. Ella dice que no. Sólo mueve la cabeza de un lado a otro y prefiere quedarse dentro de ese horno. Él extiende la mano hacia la puerta. Ella tiene la esperanza de que en un segundo más se active la alarma. Pone la mano sobre el bastón. Lo aprieta.


Publicado por Espiral en la compilación de cuentos 2010

12 julio 2009



esta es una de las razones por las que amo a la gente de Tijuana.
el videito es de Pepe Mogt, un músico deporaquí.

08 julio 2009

07 julio 2009

Esta vez lo hice sin detenerme. Así nomás, sin freno. Las palabras se me escurrían y comenzó a fluir. Espeso, transparente. Tenía planeado que cuando volviera, sí volvía, lo recibiría sin miedo. Darle sin preocuparme el hambre, el sueño o el trabajo. Que fluya, que se derrame a mi ritmo de subebaja, a mi tono pausadito y contundente.

Y a ratos sí, se acelera y parece que no respira, se pierde. Yo me quedo
con su rastro frente a esta sábana blanca
iluminada.

Llega siempre a media noche cuando estoy sola. Lo recibo ojerosa, envuelta en una nube de humo y con una taza de café sobre la mesa. Había dejado de esperarlo pero tocó la puerta hace tres días. Le di entrada (también como siempre) sin hacer preguntas. Bienvenido, esta es mi noche. Tómala, te la obsequio sin conmemoraciones agendadas ni pastel de cumpleaños. Aparece como si yo estuviera aquí, esperando. Se da, sin consecuencia en mente y descansa y reposo momentáneo. Huele a fiestas agotadas, a cansancio, a chocolate y mi piel a vainilla. Pausa. Sonrisa en fuga para sus ojos. Sonrisa en fuga para los míos. Complicidad en la yema de los dedos.

¿Por qué vuelves?
¿Por qué vuelves?

Quédate una noche entera
a ver cuántas páginas le arranco a esta boca.

05 julio 2009

sobre una tela rojo quemado se tiende un cuerpo blanco que hace tiempo no

y tiembla
4.33 am

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Alguien debe haber escrito.

Alguien debe haber escrito.

Y no.

La bandeja de entrada está vacía.

No sonó el teléfono.
No hubo mensajes.
Una semana atrás baile con dos hombres. Uno por canción, después
escuché.


Es admirable lo que esconde el corazón de un hombre. Solo
escondido en un cascarón que se arruga.


Aprendo a sentir (sin un roce ni uno solo), a penas por el hueco que abren las palabras al espacio individual establecido como frontera.



Lo he visto antes.

Una vez, atravesando el pasillo. Detrás estaba la luz que entraba por la ventana que daba hacia la playa. No había sonreído, hasta ese día. Sus ojos parecían más claros. Estaba limpio. Tenía la cara de un hombre enamorado y tranquilo. Hola, ¿cómo estás? Bien, contesté desde mi escritorio cuando yo era otra. Se trataba del hombre más feliz. Algo bello.

Recuerdo la noche que lo encontré en el Centro. Faltaba media hora para que cerraran la Galería Sin Nombre. No era él, ya no. Tenía los ojos hundidos y los dientes grandes. Caminaba con la cabeza echada hacia atrás, como si apenas pudiera sostenerla. El cuerpo se le perdía en la ropa. Tenía esa expresión de la muerte dentro y el coraje en los puños. No habló con nadie. Dudo que reconociera algún rostro. Atravesó las conversaciones y las puertas. Llegó hasta el fondo, parecía evaporarse cuando se detuvo bajo el foco.


He visto el vacío.

También el coletazo antes de las últimas horas que revienta en las mejillas y arde. El dolor en ocasiones te detiene por instinto o por miedo a la caída y tiende un puente reconocible. Hay restos imborrables en los que casi terminan de cruzar. A veces hasta en la piel, evidentes en la mirada que a ratos se detiene a contemplar el aire. He visto la sonrisa de los que pudieran no estar pero regresan. Amplia, profunda, cálida y esos brazos que no tiemblan y acogen como refugio. Un par de hombres pequeños y uno gigante saben quien soy, han visto mis ruinas y no temen y no temo. Saben que tengo las piernas gruesas y los ojos grandes. No intentan transgredirme. Regresan.

01 julio 2009

La suspensión política de la cultura

Alfredo Lucero-Montaño

La carta abierta dirigida a Consuelo Sáizar, presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA), cuestionando la designación vertical, sin consenso, de Virgilio Muñoz como director del Centro Cultural Tijuana (CECUT), inaugura un nuevo momento de la relación entre el quehacer cultural y la cultura oficial en nuestra región fronteriza. Esta es la primera vez –si la memoria no me traiciona— que irrumpe una nueva forma de acción política, más allá de los cargos administrativos y la centralización del poder, donde tiene lugar una identidad (unidad) entre los diversos sujetos del arte (creadores, escritores, etc.) y un objetivo común posible, deseable: la construcción de una marco democrático en la política de las entidades culturales públicas.

texto completo aquí