El fin de semana me dio por hacer
limpieza y me dije, voy a tirar las cosas viejas que he ido guardando desde no
sé cuando en esta caja. Entre el “chismógrafo” de la secundaria y un recorte de
la falda de mi uniforme encontré una tarjeta de San Valentín que me regaló un
noviecillo en tercer año (el primero que con una de sus manos me tocó la
cintura y luego puso la punta del meñique justo donde inicia la rayita de las
nalgas).
También
estaba ahí la bolsita donde tengo guardado mi vestidito de bautizo y el libro
de mi primera comunión. Me acordé de los días del catecismo y del entusiasmo
que despertaba en mí el pasar por el centro de la iglesia con mi velito y mi
vestido blanco con crinolina. Por fin me vería como una princesa: ataviada con
guantes de seda y zapatos nuevos de charol, estrenando calcetas “Periquita” con
tejido de corazones y, por supuesto, la vela y mi librito de oraciones en la
mano con su rosario en medio. Recuerdo que esa mañana me corté el copete y salí
bien trasquilada en las fotos. Estaba muy asustada cuando entré a confesarme
por primera vez, me acusé de ser muy contestona y de salirme sin permiso a
jugar con mis amigas a sus casas. ¿De qué podía ser culpable a los diez años?,
me pregunto hoy.
“No desearás a la mujer de tu prójimo”, esa
fue la lección más complicada, la más perturbadora. ¿Qué quería decir este
mandamiento? ¿Qué maldad oculta entre las piernas hacía que los hombres
ofendieran a dios con el pensamiento? Creo que fueron mis primeras sensaciones
eróticas, desde luego llenas de vergüenza y culpabilidad. De eso, claro que no
hablé con el confesor. Fue la única instrucción sobre sexualidad que
abiertamente recibí de mi familia. Pasaron muchos años para que perdiera el
miedo a caer en el infierno. Un día en la prepa dije, no más y creí haberlos
mandado al carajo. Pero no, la verdad es que sigo siendo una miedosa.
Un
día fui al altar y me vestí nuevamente de blanco. Ahí me enteré de que el ramo
de novia simbolizaba la fertilidad porque me lo dijo el sacerdote en voz
quedita cuando se acercó a bendecirlo para que tuviera muchos hijos. Al cabo de
los años comencé a preguntarme: si en la iglesia todo está regido por la
masculinidad y aquel mandamiento reza “no desearás a la mujer de tu prójimo”, ¿entonces
podrá una desear al hombre de la prójima o a su mujer? ¿o será simplemente que
una no debe desear nada?. Eso del derecho canónico y la teología no se me dan.
Finalmente
pienso que sólo se trata de un artículo para restringir la convivencia entre los
sexos, sabrá dios si por aquello de la multiplicación bíblica, o para que no
vaya una por la vida con el condón en la bolsa lista para explorar. Sobre todo
eso, que aquellas letanías han ensuciado el cuerpo y cada uno de sus botones,
que corrompieron cualquier posibilidad de placer bien habido y libre de cargos
desde el principio. Ahora comprendo la razón de los rincones oscuros y el
corazón agitado, la mirada gacha por varias semanas después del primer beso. La
perversión pura y su mugre. ¿Y el placer? ¿El placer? Pues no, nada de placer:
temor puro en un principio. Luego ya, como que una aprende a retozar.
Pero
no, la verdad cero. En cuanto al sexo, no fueron enseñanzas sabias las que
aprendí en mi casa. Recuerdo que cuando los protagonistas se besaban en la
televisión se hacía un incómodo y caluroso silencio en la salita. No faltaba el
gurú que le cambiara al canal ante la desvergüenza: ¡Esa ya estuvo! ¡Pobre
mujer! ¡Qué pendeja! (¡Viva la castidad!) Yo imaginaba que el sexo era algo así
como en las películas de Pedro Infante: que luego de un beso aparecía una vela
encendida y en un segundo aparecía otra derretida sin luz, que luego todos eran
ya muy felices. Si alguna vez pregunté, me habrán dicho que lo descubriría el
día de mi boda. Ni idea, hasta que lo probé.
Así
que de enfermedades venéreas y de embarazos nada. ¿Para qué? ¿Información sobre
el SIDA? Pues no, la gente decente no se contagia, es suficiente un documental
sobre el aborto para desanimarla. De cómo hacerle para sentir rico… menos. Y así…
puras de esas. No hubo socialización del placer femenino. ¿Será por que se
trata de un fenómeno social reciente?, ¿de una veta casi virgen para las
mujeres de este país?, ¿o de veras será que no existe y que es puro cuento?,
porque no encontré estadísticas de los orgasmos femeninos por mes. Lo peor de
todo es que a estas alturas mi madre se ruboriza y se esconde entre las bolsas
de jabón y la lavadora para evitar el tema. ¡Vaya!, le digo yo. ¡Cuánta ropa
sucia! Mis historias me las he ido quedando y están casi todas, junto con el
vestidito blanco, en mi caja de objetos memorables. ¡Saltan como locas cada vez
que me asomo!
Publicado en la revista andante26, núm. 05 (2007)