Hay ciertos espacios en ciertos días estructurados donde mi cabello es el único acto de rebeldía posible. Tal vez podría llevar un peinado, o muchos distintos, que atiendiesen al canon y a la jerarquía en turno si hubiese leído otros textos o llevado una dieta que respondiera al disciplinamiento de mis expectativas, si hubiese renunciado con oportunidad a la posibilidad de aprender a observar o supiera cómo dejar de sentir las vidas. Pero no sería yo, esta mujer desalineada incapaz de obedecer completamente que no cabe en ninguna de las celdas posibles y que explora la respiración consciente como vía de salud.
Durante los últimos meses he pensado que está bien dejar de resistir a la expansión de mis propias dimensiones, el arresto al que me someto para entrar en alguna de las celdas posibles me deforma de manera silenciosa. Estoy convencida de lo recomendable que sería aceptar que hubo un instante sin registro en el que decidí transitar hacia otro rumbo. Aunque en el otro rumbo las coordenadas son poco útiles y da hacia un mundo que no es uno solo sino muchos, en construcción y destrucción frecuente por lo que supongo es precisa la confianza en la propia locura.
Algunos días me da por preguntarme si la libertad es un algo que existe en mi sustancia, si es una función que realiza alguno de los órganos de mi cuerpo, si está en mi flujo vital, si nací con ella dentro, si es un asunto ontológico propio de lo humano o si ha sido un sueño inyectado en mis pensamientos a través de los sueños de otros, sólo un deseo comunicado y apropiado en forma voluntaria, un concepto transitando los siglos de los siglos o una energía constituida de la fuerza de tanta gente.
Cuando mi terapeuta pregunta en qué dejo transcurrir mi tiempo o cuestiono mi productividad no sé qué responder. Pienso que tal vez escribir sea un medio para crear un registro de lo que sucede durante esas horas.
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