18 noviembre 2016

Una parvada me recorre por dentro. La siento, ¿sabes? Y abrazo a mi gato y lo llevo a dormir conmigo. Salgo a alimentar mis flores y me anido el cabello. Escribo, hilvano, corto, me ahujo las manos y me bordo. Llevo mi cuerpo a recorrer paisajes de tejido y aparezco ante mis propios ojos.

Los pájaros se acercan. Saben que en este cuerpo habita un bosque. Los observo a puerta cerrada. Desde una pequeña rendija. Veo sus piquitos, sus pequeñas patas. Sus dulces ojos planeadores. Llaman a mi portal de noche y de madrugada, cuando el frío o la locura los persigue. Supongo que han descubierto que aquí dentro hay una morada y fuego.

A veces dejo al gato a cargo de este mundo, mi guardiancito feroz sostiene la puerta. Pero una puerta es por lo común un espacio liminal entre dos mundos. Así que, puede ser que también esté al cuidado de que no me escape. Que yo, arácnida inconsciente, esté tejiendo un espacio cósmico de profundidad infinita para permanecer suspendida en la realidad de mis propios sueños.

Hay ciertas aves afectas a los insectos y otras, a la carne. Algunas que gustan del sabor de los ojos. ¿Qué sucede cuando abres la puerta y te vuelves pájaro?

¿cuando descubres que el gato vuelve todas las noches aunque dejes abiertas puertas y ventanas? ¿qué sucede cuando el cuerpo desaparece del cuadro, del lienzo, de la casa, de la celda donde ha estado protegido? ¿a dónde se ha ido? ¿con quiénes? ¿y si ese cuerpo perdido es más que un cuerpo? ¿si es una mujer? ¿si es una mujer como cualquier otra mujer? ¿si es una mujer que busca a un hombre? ¿qué hay allá afuera? ¿qué diantres querrán esos pájaros? ¿a quién buscan?

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