Durante el desayuno apareció El Marinero Varado en el Desierto. Nadaba desde el fondo de una quesadilla. Entre carcajadas estiraba hilos blancos que enseguida se llevaba hacia la boca y la mordida. El instinto fue un beso, mi nombre, un abrazo a medias. El cuerpo y su memoria tactil abren el album fotográfico, el sonoro, el del olfato. Hay mezclas irrepetibles de sudor, grasa y esencia de madera que a la distancia siempre vivas. Un timbre de voz de risa y de silencio insuficientes para el olvido, donde una mesa el mundo la gente el desierto un muro.
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