En la superficie el sol es un brasa, algunos días una caricia o un baño de luz; luego el aire, ese fresco que apenas puedo sostener. Le doy el jalón con desesperación y es mucho,
La malilla me ataca al salir del búnker. Cuando se agota la dosis, aparece, me truena y digo: voy a dejarlo, esta fue la última vez. Al cruzar la puerta tengo la sensación de haber perdido algo: uno de mis miembros es desprendido cada día y mientras sueño crece.
Mi cuerpo lleva el registro de las heridas.
¿Has sobrevivido una batalla o el ataque de mil escarabajos?, ¿ésos que sabes no pueden ser más que escarabajos? Allá adentro hay cientos de lenguas lapidarias, de saliva espesa y movimiento pausado, denso, muy denso que a un ritmo simultáneo son flexibles látigos que amarran, que cortan y disuelven.
Los escritorios se mantienen limpios, brillantes.
En este todo existe un orden contenido y un derrumbe que puntual hace brotar su primera roca. Y es frustración y hambre, agotamiento y ausencia.
Este castillo no tiene ventanas. Dentro se bebe café, huele a café, las manchas son sólo de café dental. Los teléfonos musicalizan los días. Y la vibración de las lámparas en el techo. Y los muros de un transparente vacío.
[Dos que en el pasillo cruzan por accidente la mirada:
–Ha descubierto que estoy aquí, pronto tendrá un pensamiento que se corta con el filo del silencio sobre mí y se irá.
–Sabe que estoy aquí, pronto tendrá un pensamiento cortado con el filo del silencio sobre mí y se irá.
Una sombra se detiene y las paredes atrapan un murmullo parecido a una palabra. La sombra y su murmullo, las dos solas abrazadas donde estuvo el corazón.]
Este es el mismo castillo indestructible de Praga, con sus laberintos y acuses de recibo sin destinatario real. Hay un rostro, que se repite en todos los rostros. Hay un ojo que observa, que se repite en todos los ojos. Y una voz que dicta, que se multiplica en todas las voces. Yo censuro, tú censuras, él censura, nosotros censuramos, ustedes censuran, ellos censuran.
Al desbordarse las seis de la tarde formamos un inconsciente colectivo sostenido en la certeza de una verdad panóptica. Este lugar puede viajar, abandonar su edificio y multiplicarse: Tiene un diseño invisible y un ejército de Legos que trasladarán cada pieza sobre los cientos de rieles orgánicos programados para mantenerlo vivo.
Dentro es mejor deslizarse y no toser.
Salir es algo parecido a la muerte: deshilarte, vivir el dolor de la resurrección, ver tu miedo a los ojos; es el deseo de consumir esa inyección de dominio para no tener que despertar:
Estar sola.
-Publicado en la revista electrónica Espiral 31.
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