Desde el día que recogí a mi compa y a
su familia en el aeropuerto empezaron a hacer preguntas sobre la ciudad: que si
la línea, que si el muro y que si de veras eso que se miraba de aquel lado era EU. Luego, que si porqué tantas cruces, letreros en inglés, gente hablando
en inglés y en español, que si por qué todas esas personas corriendo en la
Internacional y el canal.
Cuando los llevé al
Faro ella y su pareja se pusieron muy contentos, el chico comenzó a cantar algo
sobre “La esquina de Latinoamérica”. Después anduvimos sobre el malecón
disfrutando del mar y de los murales. A mi compa le sorprendió ver tantos
perros pese a los letreros de “prohibido traer mascotas”. Vimos que a un lado había
canastos pequeños de color azul. Ella me dijo que también los pusieron en la
Roma, que sirven para tirar las bolsitas con caca de los perritos con pedigree.
“Andamos mal”, le dije.
La abundancia de casas
abandonadas con letreros de “se vende” o “se renta” en Playas de Tijuana,
Tijuarito y el Centro hicieron que mi visitante antropóloga me preguntara: “¿Qué
pasó aquí?”.
Hice una narración
sobre la historia reciente de Tijuana, les di tres antecedentes: TLC, Operación
Guardián y 9/11. “La guerra endureció a partir de 2006, después tuvimos que
refugiarnos en el espacio privado”. “Sentimos miedo”. “Pero aquí siempre están
el mar, la frontera y nuestra imaginación dispuesta a saltar cualquier límite”.
“Nos ha tomado mucho tiempo empezar a recuperarnos y a recuperar la ciudad”. “Lo
que ves aquí es consecuencia del neoliberalismo, de la pobreza, que es
violencia también". Platicamos durante varias horas por las noches hasta
que nos tumbaba el sueño.
Ella dijo que nunca
había estado en una ciudad donde tantas personas se hubieran quedado arriba. “¿Te
has dado cuenta? Hay cientos de locos en las calles de esta ciudad, pero ni
siquiera se parecen a los locos de otros lugares. Aquí hay otro tipo de locura, a nadie le molesta y nadie se detiene a ayudar a esas personas”. “Morra, estamos
en guerra”, le dije. “Aquí han pasado muchas cosas de las que se habla poco.
Pero esto pasa en todo el país, sucede sobre nosotros, ¿no lo ves?".
“Tú vives en un país
que me da miedo”.
(Silencio)
Nuestras siguientes
conversaciones versaron sobre relaciones de género, sistema de becas Conacyt,
coediciones, investigación, SNI y vedetismo. También me contó sobre la gente
bonita y extranjera de los pueblos del sur, de la frontera con Guatemala y la
trata de personas, de la comida orgánica y los partos naturales en medio del
bosque o dentro del agua a los que acuden las extranjeras y las mexicanas que
pueden costearlo, del “do it yourself” y el comercio justo, de un tal Don Lauro
poderosísimo “que de seguro tiene un montón de morras ayudantas y viviendo con
él”, le dije. “Sí, curiosamente sí. ¿Cómo sabes?”.
Hablamos de
Hermosillo, por supuesto, del profundo aprendizaje que dejó en nosotras vivir
en el desierto. De todas las cosas que cambiaron después de eso. “Oye, ¿y
sigues escribiendo tus pinches poemas?”. Nos reímos mucho, a veces ella de mí,
otras yo de ella. “¡Caaaaalmate, pinchi Miriam! ¡Caaaaalmate! Nunca imaginé que
acabarías así de loca, pero te ves bien contenta”.
Pues ya, se marcharon. Me quedo con el
gusto de hablar con ella. También con la curiosidad de repensar la ciudad: necesito
viajar.
1 comentario:
genial narración, como siempre
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