Recuerdo con frecuencia la tarde de Tulum, la sensación del laberinto acuático. A nadie le significa nada ese naufragio más que a mí. Contemplo la brecha entre mi cuerpo y el arrecife al que no pude llegar, estando tan cerca. ¿Qué ha quedado de los cuerpos que viajaban en los aviones que cayeron en el mar? ¿permanecerán atados a sus asientos numerados? ¿llevarán puesta aún la mascarilla de oxígeno? Vamos a morir de sed.
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