27 abril 2014
22 abril 2014
Ella quería decir cosas prohibidas y algunas veces hacerlas. Las palabras fueron abultándose en su garganta lentamente hasta que un día empezó a toser pequeños fragmentos de sus vísceras. El cuello, que es el puente entre la cabeza y el cuerpo, comenzó a hacerse grueso, grueso y se puso duro. De contener tanto deseo, aquello quedó cerrado. No podía comer ni pasar saliva y respiraba a través de un popote. La falta de oxígeno, la presencia insuficiente de agua y la ausencia de alimentos dieron como resultado un sistema digestivo que funcionaba muy lentamente, estropeando el proceso de integración de las fuerzas vitales. El abdomen empezó a inflarse, a inflarse e inflarse, después siguieron las nalgas, las piernas y los pies, haciendo que quedara aquel enorme cuerpo de panqué con dos bracitos flacos y una manos diminutas. Bajo esas condiciones era imposible realizar actividad alguna y sobrevino una pérdida brutal de movimiento. Tirada sobre la alfombra miraba el cielo de su casa e imaginaba figuras en los granos de estuco pegados en techo: ella lo mataba a él, él la mataba a ella, ella lo besaba a él, él la besaba a ella, ella se olvidaba de él, él se olvidaba de ella. Un día, de tanto mirar, se acabó una parte del techo y apareció un agujero. Derramada sobre el piso, desarrolló la habilidad de observar las estrellas y el espacio negro donde flotaban, esas noches le regalaron un nuevo deseo, el de saber qué había más allá de esa frontera, de ese muro. Porque así fue, ese boquete lo que evidenciaba era la existencia de un enorme muro, hasta entonces invisible, expandido naturalmente sobre su cuerpo, mismo que no era posible atravesar o derribar en esas condiciones. Con la mirada sostenida en lo desconocido, inspiró con fuerza, despegó sus labios y la letra A escapó de su boca: A. A. A. AAAAAAAAAAAAAA. Ah! Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! Y poco a poco empezó a desinflarse y a respirar con naturalidad de nuevo. El popote había desaparecido o se lo había tragado. Eso no importa. La relevancia de este acontecimiento radicaba en la formación de aquel boquete que la intensidad de su mirada había producido para que alcanzara la primera imagen del infinito, y por el cual deseaba, más que nada en el mundo, escapar para iniciar una vida nombrándose a ella misma, allende las prohibiciones, para gozar cada uno de los actos y momentos disolviendo sus propias restricciones. Una vez concluida la etapa del desinfle, se puso de pie y, pese a que la puerta estaba delante suyo, empujó hasta el centro de la sala, justo debajo del agujero, un librero que utilizó como escalera para salir desnuda por el techo. Sí, el colapso metamórfico ese la había dejado medio loca. Le valía pito. Sí, pito. Aquello era necesario, salir al mundo con aquel propósito implicaba recuperar para sí la animalidad y poner en libertad al instinto, esa parte incivilizada que nos permite continuar siendo humanos, humanos y locos, pues sólo los locos se permiten decir y hacer las cosas que dictan los impulsos y confesar sin pudor ni culpa sus emociones y placeres, así como hacer declaraciones sobre la vida y el mundo bajo un razonamiento en apariencia absurdo de la realidad. Una vez afuera agitaba vigorosa sus calzones y se echó a andar.
21 abril 2014
Siete veces siete. Siete veces siete. El número perfecto.
Así inicia la escena donde un hombre dado por loco, inmoral y santo a la vez, habla a un grupo personas reunidas en una catacumba del futuro sobre una doctrina, milenaria y orgánica. En el subsuelo, al fondo de la ciudad, los gigantescos tubos del drenaje abandonados son multifamiliares y lugares de refugio. En uno de los templos, que apenas iluminado por la luz de una bombilla, se turnan los oradores: antiguos filósofos, profesores de matemáticas, escritores, sacerdotes y sacerdotisas de todos los credos, estudiantes de la humanidad, sabios, a crear nuevos mantras que sirvan para contar la historia de lo que aún no ha sido. Los sonidos de los automóviles y los tranvías llegan en un eco hasta la ceremonia. Es su turno. El loco mueve las manos dirigiéndose a una orquesta de soñadores que habitan la profundidad de la tierra.
Así inicia la escena donde un hombre dado por loco, inmoral y santo a la vez, habla a un grupo personas reunidas en una catacumba del futuro sobre una doctrina, milenaria y orgánica. En el subsuelo, al fondo de la ciudad, los gigantescos tubos del drenaje abandonados son multifamiliares y lugares de refugio. En uno de los templos, que apenas iluminado por la luz de una bombilla, se turnan los oradores: antiguos filósofos, profesores de matemáticas, escritores, sacerdotes y sacerdotisas de todos los credos, estudiantes de la humanidad, sabios, a crear nuevos mantras que sirvan para contar la historia de lo que aún no ha sido. Los sonidos de los automóviles y los tranvías llegan en un eco hasta la ceremonia. Es su turno. El loco mueve las manos dirigiéndose a una orquesta de soñadores que habitan la profundidad de la tierra.
Siete veces siete. Siete veces siete. El número de dios, dice el inmoral.
Y así inicia una larga prédica sobre los siete pecados del ser humano contra la naturaleza, los siete errores políticos que destruyeron el pasado, las siete estrategias para sobrevivir este día, las siete acciones para aprender a vivir juntos, las siete posibilidades para ser revisadas por cada uno de los responsables del tiempo que viene en sus distintos campos de acción, las siete técnicas del autoconocimiento, la respiración y el placer sexual, los siete caminos circulares recorridos por las tribus que dieron origen a la humanidad...
Siete veces siete (ooooooommmmmmm y un prolongado silencio le siguen). Así, hasta concluir con los siete principios.
En la superficie, ella trabaja en un call center. Su oficina está detrás de una pared y frente a sí hay una máquina de escribir. Todo lo que escriba puede suceder porque esa máquina sólo funciona para construir el futuro inmediato, así que tampoco sabe qué es lo que ocurrirá después de dos días. Por lo tanto, tiene que estar enterada de lo que va resultando, porque escribe una línea y esa línea afecta a los personajes y a las acciones de esta historia. Así que observa y sale a dar largas caminatas por las calles para escuchar y lograr las mejores decisiones. No recuerda quién le ha enseñado a hacer este trabajo ni por qué ni si este es el primer día.
En uno de los túneles duermen sobre el suelo un montón de hombres, fugitivos de los andamios que sostienen la estructura de la ciudad. Sus rostros aún dormidos permanecen tensos, sus cuerpos reposan tan incompletos como sus almas. Hace frío. Un anciano al verla pasar levanta un cartel que recogió la última vez que estuvo arriba. En la penumbra sólo alcanza a leer: Eso era el amor. El flashback de una mirada sin nombre aparece en su mente, ningún otro recuerdo. Baja los ojos y ve sus piernas avanzar sin detenerse.
En el call center hay una sección de envíos, es una mensajería. No sabe quien manda la correspondencia, ni esas pequeñas cajas etiquetadas. Son tantas y necesita descubrir quién las manda. Cajas que caben en dos manos, todas iguales. Cada una puede ser una vida, el expediente de alguien. ¿Pero de quién? ¿Y quién lleva esos expedientes? ¿Quién arma esos archivos? ¿Por qué está ahí? ¿Para qué? ¿Está en el cielo? ¿en El Castillo? Sí. Los trabajadores que trasladan las cajas de un escritorio a otro no tienen rostro o si lo tienen, se desvanece cuando les pregunta cualquier cosa. Así que... ha decidido no hacerles más preguntas, eso le permite caminar por ahí sin que nadie interfiera con sus observaciones. Vuelva a la máquina. Esta parada frente a ella, coloca los dedos sobre las teclas. Hay una página a medias. Cada palabra tendrá una consecuencia. Zoom-In: su sangre recorre su cuerpo a gran velocidad, es un río que choca contra sus venas. A un lado de su escritorio hay más cajas, unas abiertas y otras cerradas. ¿Las ha robado? Siente afecto por su contenido, pero no tiene memoria sobre qué contienen. Es algo importante.
Siete veces siete. Siete veces siete. El sonido de aquella voz escapa con sutileza a través de la ventilación. Es hora, precisa saber qué dirá esta vez el Santo.
Y así inicia una larga prédica sobre los siete pecados del ser humano contra la naturaleza, los siete errores políticos que destruyeron el pasado, las siete estrategias para sobrevivir este día, las siete acciones para aprender a vivir juntos, las siete posibilidades para ser revisadas por cada uno de los responsables del tiempo que viene en sus distintos campos de acción, las siete técnicas del autoconocimiento, la respiración y el placer sexual, los siete caminos circulares recorridos por las tribus que dieron origen a la humanidad...
Siete veces siete (ooooooommmmmmm y un prolongado silencio le siguen). Así, hasta concluir con los siete principios.
En la superficie, ella trabaja en un call center. Su oficina está detrás de una pared y frente a sí hay una máquina de escribir. Todo lo que escriba puede suceder porque esa máquina sólo funciona para construir el futuro inmediato, así que tampoco sabe qué es lo que ocurrirá después de dos días. Por lo tanto, tiene que estar enterada de lo que va resultando, porque escribe una línea y esa línea afecta a los personajes y a las acciones de esta historia. Así que observa y sale a dar largas caminatas por las calles para escuchar y lograr las mejores decisiones. No recuerda quién le ha enseñado a hacer este trabajo ni por qué ni si este es el primer día.
En uno de los túneles duermen sobre el suelo un montón de hombres, fugitivos de los andamios que sostienen la estructura de la ciudad. Sus rostros aún dormidos permanecen tensos, sus cuerpos reposan tan incompletos como sus almas. Hace frío. Un anciano al verla pasar levanta un cartel que recogió la última vez que estuvo arriba. En la penumbra sólo alcanza a leer: Eso era el amor. El flashback de una mirada sin nombre aparece en su mente, ningún otro recuerdo. Baja los ojos y ve sus piernas avanzar sin detenerse.
En el call center hay una sección de envíos, es una mensajería. No sabe quien manda la correspondencia, ni esas pequeñas cajas etiquetadas. Son tantas y necesita descubrir quién las manda. Cajas que caben en dos manos, todas iguales. Cada una puede ser una vida, el expediente de alguien. ¿Pero de quién? ¿Y quién lleva esos expedientes? ¿Quién arma esos archivos? ¿Por qué está ahí? ¿Para qué? ¿Está en el cielo? ¿en El Castillo? Sí. Los trabajadores que trasladan las cajas de un escritorio a otro no tienen rostro o si lo tienen, se desvanece cuando les pregunta cualquier cosa. Así que... ha decidido no hacerles más preguntas, eso le permite caminar por ahí sin que nadie interfiera con sus observaciones. Vuelva a la máquina. Esta parada frente a ella, coloca los dedos sobre las teclas. Hay una página a medias. Cada palabra tendrá una consecuencia. Zoom-In: su sangre recorre su cuerpo a gran velocidad, es un río que choca contra sus venas. A un lado de su escritorio hay más cajas, unas abiertas y otras cerradas. ¿Las ha robado? Siente afecto por su contenido, pero no tiene memoria sobre qué contienen. Es algo importante.
Siete veces siete. Siete veces siete. El sonido de aquella voz escapa con sutileza a través de la ventilación. Es hora, precisa saber qué dirá esta vez el Santo.
20 abril 2014
En un restaurante circular había una mesa pequeña cubierta con un mantel blanco donde reposaban un florerito y un quinqué. Yo estaba sentada frente a él, ese hombre de barba gruesa y crecida con quien me he topado bajo otras circunstancias sin intercambiar una palabra. Finalmente habíamos coincidido en el tiempo para conocernos personalmente. A nuestro alrededor los meseros pasaban con viandas de comida y vino; la gente, entretenida en sus conversaciones, creaba un murmullo que se unía a los sonidos de los platos en la cocina y al del aceite hirviendo cuando se fríe un filete de pescado. ¿Dónde está Miriam?, preguntó él. Allá, arriba, hablando con aquel hombre, respondí, segura de que yo también era Miriam. Ambos volteamos al segundo piso y la vimos forcejeando con un flamenco larguirucho. Ve a buscarla, solicitó con amabilidad. No podemos iniciar sin ella. Fui y le hice una seña con la mano para que bajara hasta donde yo estaba, le pedí que me siguiera y caminamos hacia la mesa. En un principio, ella venía detrás de mí y después se metió en mi cuerpo alcanzándome por la espalda. Cuando llegamos hasta la mesa, él se había marchado y yo miraba de pie su lugar vacío. Se fue cuando te encontraste, me dijo después un colibrí tras escuchar mi relato en la barra de una cantina donde servían licor de jazmín.
07 abril 2014
06 abril 2014
Espiral 48
Ya salió el número 48 de la revista Espiral.
¡Felicidades Karla Villapúdua y colaboradores!
En este link pueden leer mi participación en esta edición.
Miriam García, Onironauta 3
05 abril 2014
El contra-sueño es ir hacia atrás del sueño y descubrir que sus imágenes están sostenidas con alfileres en un tendedero público.
El contra-sueño es una parte del mundo del mismo tamaño que un sueño, pero cuenta con una mayor credibilidad. (Nuestra cultura despliega una programación catastrófica que opera eficazmente). Sin embargo, dicen, la locura es propiedad de los que sueñan, esos que actúan desde el amor y la capacidad creativa, también de aquellos que prefieren actuar lejos de las convenciones sin hacer daño. Los que deciden no sentir nada por nadie padecen un trastorno afectivo.
A los contra-soñadores les dicen realistas, son los ejecutores de ir tumbando a palos y palabras los tendederos públicos. De vez en cuando se ensañan con ciertos sueños, sobre todo con algunos que se vuelven invisibles. Andan furiosos lanzando de palos al mundo, sin importar el costo, con la sospecha de pueda existir un sueño escondido en algún sitio.
En el contra-sueño esperaba verlos aparecer un día al abrir la puerta de mi casa o descender de un auto en la calle por donde camino una de esas tardes. Y no. Son cualquiera, se muestran de pronto en el lugar N. Mis sueños en esas circunstancias se ocultan de mí, empiezan por indefinirse y enseguida se fragmentan atómicamente. Ya no logro recordar qué es lo que soñaba, pero esta sensación de haber sido algo que me hacía feliz permanece.
El contra-sueño es una parte del mundo del mismo tamaño que un sueño, pero cuenta con una mayor credibilidad. (Nuestra cultura despliega una programación catastrófica que opera eficazmente). Sin embargo, dicen, la locura es propiedad de los que sueñan, esos que actúan desde el amor y la capacidad creativa, también de aquellos que prefieren actuar lejos de las convenciones sin hacer daño. Los que deciden no sentir nada por nadie padecen un trastorno afectivo.
A los contra-soñadores les dicen realistas, son los ejecutores de ir tumbando a palos y palabras los tendederos públicos. De vez en cuando se ensañan con ciertos sueños, sobre todo con algunos que se vuelven invisibles. Andan furiosos lanzando de palos al mundo, sin importar el costo, con la sospecha de pueda existir un sueño escondido en algún sitio.
En el contra-sueño esperaba verlos aparecer un día al abrir la puerta de mi casa o descender de un auto en la calle por donde camino una de esas tardes. Y no. Son cualquiera, se muestran de pronto en el lugar N. Mis sueños en esas circunstancias se ocultan de mí, empiezan por indefinirse y enseguida se fragmentan atómicamente. Ya no logro recordar qué es lo que soñaba, pero esta sensación de haber sido algo que me hacía feliz permanece.
03 abril 2014
Hoy tuve un día de trenes que marchan a toda máquina. Mi trabajo consiste darles dirección y en cachar a la gente que sale volando por las ventanas en las curvas o cuando el tren va de cabeza. Hay trenes rabiosos y otros que avanzan sonrientes.
Esta tarde hubo un herido, era un joven grandote que contenía sus ganas de llorar. No pude hacer casi nada para ayudarlo, sus papeles no estaban en orden. Tenía la nariz rota. Yo dirijo trenes y cacho gente.
Escribí este letrero y lo pegué en mi puerta para prevenir reclamaciones: "Favor de registrarse antes de abordar, conozca las instrucciones del viaje, agárrese bien y aviéntese con precaución".
Esta tarde hubo un herido, era un joven grandote que contenía sus ganas de llorar. No pude hacer casi nada para ayudarlo, sus papeles no estaban en orden. Tenía la nariz rota. Yo dirijo trenes y cacho gente.
Escribí este letrero y lo pegué en mi puerta para prevenir reclamaciones: "Favor de registrarse antes de abordar, conozca las instrucciones del viaje, agárrese bien y aviéntese con precaución".
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