Así inicia la escena donde un hombre dado por loco, inmoral y santo a la vez, habla a un grupo personas reunidas en una catacumba del futuro sobre una doctrina, milenaria y orgánica. En el subsuelo, al fondo de la ciudad, los gigantescos tubos del drenaje abandonados son multifamiliares y lugares de refugio. En uno de los templos, que apenas iluminado por la luz de una bombilla, se turnan los oradores: antiguos filósofos, profesores de matemáticas, escritores, sacerdotes y sacerdotisas de todos los credos, estudiantes de la humanidad, sabios, a crear nuevos mantras que sirvan para contar la historia de lo que aún no ha sido. Los sonidos de los automóviles y los tranvías llegan en un eco hasta la ceremonia. Es su turno. El loco mueve las manos dirigiéndose a una orquesta de soñadores que habitan la profundidad de la tierra.
Siete veces siete. Siete veces siete. El número de dios, dice el inmoral.
Y así inicia una larga prédica sobre los siete pecados del ser humano contra la naturaleza, los siete errores políticos que destruyeron el pasado, las siete estrategias para sobrevivir este día, las siete acciones para aprender a vivir juntos, las siete posibilidades para ser revisadas por cada uno de los responsables del tiempo que viene en sus distintos campos de acción, las siete técnicas del autoconocimiento, la respiración y el placer sexual, los siete caminos circulares recorridos por las tribus que dieron origen a la humanidad...
Siete veces siete (ooooooommmmmmm y un prolongado silencio le siguen). Así, hasta concluir con los siete principios.
En la superficie, ella trabaja en un call center. Su oficina está detrás de una pared y frente a sí hay una máquina de escribir. Todo lo que escriba puede suceder porque esa máquina sólo funciona para construir el futuro inmediato, así que tampoco sabe qué es lo que ocurrirá después de dos días. Por lo tanto, tiene que estar enterada de lo que va resultando, porque escribe una línea y esa línea afecta a los personajes y a las acciones de esta historia. Así que observa y sale a dar largas caminatas por las calles para escuchar y lograr las mejores decisiones. No recuerda quién le ha enseñado a hacer este trabajo ni por qué ni si este es el primer día.
En uno de los túneles duermen sobre el suelo un montón de hombres, fugitivos de los andamios que sostienen la estructura de la ciudad. Sus rostros aún dormidos permanecen tensos, sus cuerpos reposan tan incompletos como sus almas. Hace frío. Un anciano al verla pasar levanta un cartel que recogió la última vez que estuvo arriba. En la penumbra sólo alcanza a leer: Eso era el amor. El flashback de una mirada sin nombre aparece en su mente, ningún otro recuerdo. Baja los ojos y ve sus piernas avanzar sin detenerse.
En el call center hay una sección de envíos, es una mensajería. No sabe quien manda la correspondencia, ni esas pequeñas cajas etiquetadas. Son tantas y necesita descubrir quién las manda. Cajas que caben en dos manos, todas iguales. Cada una puede ser una vida, el expediente de alguien. ¿Pero de quién? ¿Y quién lleva esos expedientes? ¿Quién arma esos archivos? ¿Por qué está ahí? ¿Para qué? ¿Está en el cielo? ¿en El Castillo? Sí. Los trabajadores que trasladan las cajas de un escritorio a otro no tienen rostro o si lo tienen, se desvanece cuando les pregunta cualquier cosa. Así que... ha decidido no hacerles más preguntas, eso le permite caminar por ahí sin que nadie interfiera con sus observaciones. Vuelva a la máquina. Esta parada frente a ella, coloca los dedos sobre las teclas. Hay una página a medias. Cada palabra tendrá una consecuencia. Zoom-In: su sangre recorre su cuerpo a gran velocidad, es un río que choca contra sus venas. A un lado de su escritorio hay más cajas, unas abiertas y otras cerradas. ¿Las ha robado? Siente afecto por su contenido, pero no tiene memoria sobre qué contienen. Es algo importante.
Siete veces siete. Siete veces siete. El sonido de aquella voz escapa con sutileza a través de la ventilación. Es hora, precisa saber qué dirá esta vez el Santo.
Y así inicia una larga prédica sobre los siete pecados del ser humano contra la naturaleza, los siete errores políticos que destruyeron el pasado, las siete estrategias para sobrevivir este día, las siete acciones para aprender a vivir juntos, las siete posibilidades para ser revisadas por cada uno de los responsables del tiempo que viene en sus distintos campos de acción, las siete técnicas del autoconocimiento, la respiración y el placer sexual, los siete caminos circulares recorridos por las tribus que dieron origen a la humanidad...
Siete veces siete (ooooooommmmmmm y un prolongado silencio le siguen). Así, hasta concluir con los siete principios.
En la superficie, ella trabaja en un call center. Su oficina está detrás de una pared y frente a sí hay una máquina de escribir. Todo lo que escriba puede suceder porque esa máquina sólo funciona para construir el futuro inmediato, así que tampoco sabe qué es lo que ocurrirá después de dos días. Por lo tanto, tiene que estar enterada de lo que va resultando, porque escribe una línea y esa línea afecta a los personajes y a las acciones de esta historia. Así que observa y sale a dar largas caminatas por las calles para escuchar y lograr las mejores decisiones. No recuerda quién le ha enseñado a hacer este trabajo ni por qué ni si este es el primer día.
En uno de los túneles duermen sobre el suelo un montón de hombres, fugitivos de los andamios que sostienen la estructura de la ciudad. Sus rostros aún dormidos permanecen tensos, sus cuerpos reposan tan incompletos como sus almas. Hace frío. Un anciano al verla pasar levanta un cartel que recogió la última vez que estuvo arriba. En la penumbra sólo alcanza a leer: Eso era el amor. El flashback de una mirada sin nombre aparece en su mente, ningún otro recuerdo. Baja los ojos y ve sus piernas avanzar sin detenerse.
En el call center hay una sección de envíos, es una mensajería. No sabe quien manda la correspondencia, ni esas pequeñas cajas etiquetadas. Son tantas y necesita descubrir quién las manda. Cajas que caben en dos manos, todas iguales. Cada una puede ser una vida, el expediente de alguien. ¿Pero de quién? ¿Y quién lleva esos expedientes? ¿Quién arma esos archivos? ¿Por qué está ahí? ¿Para qué? ¿Está en el cielo? ¿en El Castillo? Sí. Los trabajadores que trasladan las cajas de un escritorio a otro no tienen rostro o si lo tienen, se desvanece cuando les pregunta cualquier cosa. Así que... ha decidido no hacerles más preguntas, eso le permite caminar por ahí sin que nadie interfiera con sus observaciones. Vuelva a la máquina. Esta parada frente a ella, coloca los dedos sobre las teclas. Hay una página a medias. Cada palabra tendrá una consecuencia. Zoom-In: su sangre recorre su cuerpo a gran velocidad, es un río que choca contra sus venas. A un lado de su escritorio hay más cajas, unas abiertas y otras cerradas. ¿Las ha robado? Siente afecto por su contenido, pero no tiene memoria sobre qué contienen. Es algo importante.
Siete veces siete. Siete veces siete. El sonido de aquella voz escapa con sutileza a través de la ventilación. Es hora, precisa saber qué dirá esta vez el Santo.
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