22 abril 2014

Ella quería decir cosas prohibidas y algunas veces hacerlas. Las palabras fueron abultándose en su garganta lentamente hasta que un día empezó a toser pequeños fragmentos de sus vísceras. El cuello, que es el puente entre la cabeza y el cuerpo, comenzó a hacerse grueso, grueso y se puso duro. De contener tanto deseo, aquello quedó cerrado. No podía comer ni pasar saliva y respiraba a través de un popote. La falta de oxígeno, la presencia insuficiente de agua y la ausencia de alimentos dieron como resultado un sistema digestivo que funcionaba muy lentamente, estropeando el proceso de integración de las fuerzas vitales. El abdomen empezó a inflarse, a inflarse e inflarse, después siguieron las nalgas, las piernas y los pies, haciendo que quedara aquel enorme cuerpo de panqué con dos bracitos flacos y una manos diminutas. Bajo esas condiciones era imposible realizar actividad alguna y sobrevino una pérdida brutal de movimiento. Tirada sobre la alfombra miraba el cielo de su casa e imaginaba figuras en los granos de estuco pegados en techo: ella lo mataba a él, él la mataba a ella, ella lo besaba a él, él la besaba a ella, ella se olvidaba de él, él se olvidaba de ella. Un día, de tanto mirar, se acabó una parte del techo y apareció un agujero. Derramada sobre el piso, desarrolló la habilidad de observar las estrellas y el espacio negro donde flotaban, esas noches le regalaron un nuevo deseo, el de saber qué había más allá de esa frontera, de ese muro. Porque así fue, ese boquete lo que evidenciaba era la existencia de un enorme muro, hasta entonces invisible, expandido naturalmente sobre su cuerpo, mismo que no era posible atravesar o derribar en esas condiciones. Con la mirada sostenida en lo desconocido, inspiró con fuerza, despegó sus labios y la letra A escapó de su boca: A. A. A. AAAAAAAAAAAAAA. Ah! Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! Y poco a poco empezó a desinflarse y a respirar con naturalidad de nuevo. El popote había desaparecido o se lo había tragado. Eso no importa. La relevancia de este acontecimiento radicaba en la formación  de aquel boquete que la intensidad de su mirada había producido para que alcanzara la primera imagen del infinito, y por el cual deseaba, más que nada en el mundo, escapar para iniciar una vida nombrándose a ella misma, allende las prohibiciones, para gozar cada uno de los actos y momentos disolviendo sus propias restricciones. Una vez concluida la etapa del desinfle, se puso de pie y,  pese a que la puerta estaba delante suyo, empujó hasta el centro de la sala, justo debajo del agujero, un librero que utilizó como escalera para salir desnuda por el techo. Sí, el colapso metamórfico ese la había dejado medio loca. Le valía pito. Sí, pito. Aquello era necesario, salir al mundo con aquel propósito implicaba recuperar para sí la animalidad y poner en libertad al instinto, esa parte incivilizada que nos permite continuar siendo humanos, humanos y locos, pues sólo los locos se permiten decir y hacer las cosas que dictan los impulsos y confesar sin pudor ni culpa sus emociones y placeres, así como hacer declaraciones sobre la vida y el mundo bajo un razonamiento en apariencia absurdo de la realidad. Una vez afuera agitaba vigorosa sus calzones y se echó a andar.

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