La fantasía de la soledad opera en mí cuando guardo silencio y no me muestro. Es sufiente querer escuchar, leer y ver a los otros para reconocer en ellos mis propias demandas y mis dolores. En ellos existe la posibilidad de mundo que sueño: están aquí, están aquí desde sus geografías, siempre han estado. Pero, me encerré en el miedo y en la trampa de la violencia cotidiana que ahora observo en sus formas sutiles, presente en cada uno de los actos de mi relación desigual con los hombres, a veces confundida con risa, otras con amor o sexo; en el trabajo, donde se vive la política de la simulación, que ojalá fuera una balsa vacía que pasa sobre el agua sin destruir lo hecho.
Ahora hay que confiar. Confiar en el otro, que es espejo, es confiar en mí. Y esto es aquí en corto y es hacer espejo en la distancia, hasta allá que es aquí y es junto.
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