25 septiembre 2013

El lunes me hice de un bastón de madera con el que anduve jugando por la universidad durante la tarde. Ese día andaba en el conecte, o quizá era el desconecte. Total... Tenía un montón de trabajo, el corazón descompuesto y mis pensamientos eran una manada de changos locos gritando en una selva virgen que brincaban de un árbol a otro.

El bastón ese salió de un enorme tarugo que mandé partir en tres partes. Estoy dando unos talleres bien bonitos sobre tejido y destejido, más bien son sobre la historia del cuerpo y el tejido, y los tronquitos esos son para colgar lo que tejen los participantes, pero luego cuento esa historia. Ahorita quiero escribir sobre lo que sucedió el lunes que andaba bastoneando.

Pues traía mucha tristeza y mucho coraje. Cuando me entregaron los palos esos, tomé uno y dejé los otros dos por ahí en la oficina. El que tomé mide como uno veinte y pesa poco. Fue sin darme cuenta que anduve caminando con él por la universidad. Entró ME a la ofis y me preguntó: "¿Y ese palo qué?". "Es mi bastón de viejita", le dije. "La estoy actuando muy bien, a la viejita". Nos dio risa.

Recargué el bastón sobre el escritorio para entregarle unos docus y cuando voltié el otro ya traía mi bastón. Sin darse cuenta, se convirtió en el viejito del bastón, pero a diferencia mía, que uso el bastón de lado, él se sostenía del bastón con ambas manos frente a sus ombligo. Así de fácil se manifiestan los personajes que llevamos dentro. "Presta", le dije, y lo acompañé a su salón.

Después me regresé sola a la ofis y en el camino me convertí en Jedi. Caminaba por el patio batiendo mi lightsaber: por ambos lados estilo mariposa, o  por la diestra y la siniestra estilo ninja, incluso me di una vueltecita. Bien bonito. Me parecía que hasta brillaba de tan noche que era. En ese momento recordé a Obi-Wan e imaginé el dolor que sintió cuando dejó a Anakin-Vader en Mustafar.

Iba muy pensativa, descubriendo mi habilidad con las armas, sentía cada vez más gozo y fuerza al escuchar el zumbido de mis espadazos cortando el aire, hasta que sentí la mirada de alguien que me observaba desde la ventana del tercer piso de la Ibero. No me saludó, no sonrió, no se movió. Sólo se quedó ahí parado sin dejar de verme. Entonces, giré mi arma y la acomodé debajo de mi brazo. Avancé hacia las escaleras y me di cuenta que había más personas a mi alrededor, todas quietas. Nadie me dijo una sola palabra. Supongo que también así funcionan los espejos.


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Hoy concluí mi novenario marino: feliz viaje RS. Gracias por todo.

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