Todos bailamos. Había muchas luces, ninguno inventó estrellas artificiales. Las sillas se fueron quedando solas. A las tres de la mañana la vía pública es un basurero hediondo.
Los sobrevivientes de sueños colectivos de una juventud pasada tijuanera celebrábamos algo en una cantina esta madrugada. Antes, habíamos recorrido muchas cuadras. La calle estaba muy concurrida, nadie agitaba banderas, no se escuchó un solo ¡viva!
Incluso, los fantasmas de los noventa andaban por la avenida vestidos de punk. A ellos también se les forman arrugas en el rostro cuando sonríen, ahora tienen la cabeza cubierta de canas. Cuando los vimos llegar, algunos dijimos con admiración "sobreviveron". Así funcionan los espejos.
Anoche el destino nos jugó una broma y fuimos a parar al mismo sitio, estábamos contentos a pesar de la mierda del viernes (a pesar de la mierda de muchos años). Más de uno habló del insomnio de estos meses, ése que produce la guerra.
Los abrazos eran nomás de gusto, el repegue hasta involuntario. La bodeguita esa estaba llena de sudor, pero nadie quería irse. (Amo esas conversaciones donde la voz del otro vibra en las mejillas). Este sábado fue amoroso desde que salió el sol.
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