En aquella profundidad acuática existe una habitación color durazno. Dentro hay una lámpara y una cama. Sobre la pared, una ventana cubierta por una cortina y una línea roja que la divide en dos. Estoy sentada sobre la colcha, veo hacia la venta y doy la espalda a la puerta.
En aquel lugar mi cabello es muy largo. "Miriam, Miriam", me llamo. Y no volteo, pero escucho. Ella parece intacta. Ha estado ahí durante miles de horas pensando en las cosas importantes, se ha desprendido de las preguntas envueltas en la angustia (esas que vienen del futuro) y también de las que duelen (esas que tienen su origen en eventos imposibles de cambiar). Hoy sólo está ahí, con la puerta abierta dejándose encontrar.
Parece ingenua. Alcanzarla ha implicado toda la imaginación posible. Estamos en paz, juntas. Ahora sólo necesitamos un sueño restaurador, disfrutar el silencio. Descansar de esta travesía tomará algunos meses. Mi casa está lista, completa, limpia.
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