Quería lavarse los dientes, hacer buches y gárgaras con astringente en repetidas ocasiones, frotarse la lengua con la parte trasera del cepillo para quitarse esa capa espesa blanquecina pegada a su paladar hasta que la saliva ya no tuviera más sabor que a saliva; tallarse las uñas, rasparse las plantas de los pies con una lija. Experimentaba la urgencia de quedar limpia. Sentía unas ganas de lavar el piso de su casa, tallar el baño loseta por loseta y meter su ropa y sus cobijas en la lavadora. Tuvo el impulso de salir corriendo, llegar a su casa y emprender una batalla a muerte para acabar con el polvo y el cochambre que se acumula como goma en las cosas. Deseaba contar con ese tiempo sagrado para la escoba y el trapeador, dejarlo todo reluciente y hacer del mundo una gran lavandería.
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