Unos decían: qué señora tan bonita. Sí, qué
bonita... Tenía frío. Evitaba sus insoportables ganas de dormir. Se cubría la
boca y la nariz a ratos para dejar de aspirar el hedor a mierda. El hambre, el
miedo y los orines escurrían por la paredes. Miraba tras las rejas a esos locos
que vigilaban desde afuera. Recordaba las esposas y el golpe en las piernas
antes de subir a la patrulla.
Estaba
acompañada por una mujer muy joven, hermosa, de pupilentes grises, que le
hacía bromas al celador y él respondía: no te muevas de ahí, si te violan allá arriba
va a ser por tu culpa. ¿Quieres conocer el apando? ¿Qué es el apando? Te llevo,
si quieres te llevo. La chamaca sonreía, le contaba otra historia. En secreto
decía: no puedo orinar y sus ojos se le ponían rojos.
Al pie de la escalera de la celda ella organizaba a los reos para repartirles galletas. Les enseñaba a hacer llamadas por cobrar. Empezó a hacer Yoga, el aire le revolvió el estómago.
Al pie de la escalera de la celda ella organizaba a los reos para repartirles galletas. Les enseñaba a hacer llamadas por cobrar. Empezó a hacer Yoga, el aire le revolvió el estómago.
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