18 marzo 2013


Casi nadie escribe sobre su “miserabilidad” en las redes sociales y es como si la autopublicidad imitara inconscientemente una película donde hay aplausos todo el tiempo. Encuentro personajes hermosos y hermosas que viven en un éxito constante. Es extraño, es como si una especie de autocensura permeara nuestras prácticas y la forma en la que escribimos sobre nosotros.

Recuerdo la historia de una persona que se fue a vivir a otra ciudad y publicaba fotos de todos los sitios maravillosos que visitó y de los proyectos en los que participaba. Pero nunca publicó que la sacaron del lugar donde rentaba porque no pudo pagar el alquiler y tuvo que irse con un alguien que le advirtió sólo podría quedarse un par de días,  que durmió en el suelo muchas veces y luego en varias casas hasta que encontró un lugar habitable que tenía que compartir con cinco o seis personas, que fue muy difícil porque estaba acostumbrada a vivir sola.

Tampoco escriben sobre esas experiencias de soledad y miedo o de carencias económicas ni del hambre o de esa sensación de no pertenecer o sobre la nostalgia de los primeros meses, que ya en corto me han platicado quienes se han ido. Reconozco una distancia entre lo que viven y lo que publican, en la pantalla crean una imagen de sí “progresiva”, que avanza sobre un camino llano. Tal vez es la necesidad de olvidar, de reconfigurarse, de reescribir una vida o de proteger una imagen.
 
De vez en vez leerlos me hace sentir que a mí me va de la chingada porque tengo algunos días muy buenos, otros nomás buenos y en ocasiones terribles. Hay mañanas en las que salgo muy guapa y sin un peso en la bolsa, confiada en que la gasolina me va a alcanzar para llegar al trabajo y regresar. Tengo días muy felices en la universidad en los que todo sale bien y por la tarde voy al centro, veo a un señor alimentándose de un bote de basura y toda mi felicidad se contrae mientras camino llorando y hablando sola por la calle. Ese momento pasa, pero deja huella.

Cuando vuelvo a mi casa pienso que mi pobreza es poca, me parece tan grande este lugar para mí sola, lleno de cosas innecesarias y me tranquilza saber que tengo todo lo que requiero para hacer las cosas que disfruto. Entonces, me conecto al internet y lo que leo se relaciona casi nada con lo que observo, escucho o siento.

Algunas noches la información configura un mundo absurdo y pienso que estoy loca o enferma, que vivo de una manera anormal. Respiro hondo, muchas veces, pienso y pienso, y pienso que sí, que a lo mejor sí; otras pienso que no, que quizá nomás corremos por pistas diferentes.

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