Fui a visitar a mi abuela y cuando llegué a su casa descubrí que mi gato venía en el carro. Se bajó rápido y se perdió en el jardín. Lo encontré dentro de una cubeta de agua y lo saqué estilando, lo froté con una toalla y lo extendí bajo el sol para que se secara. Pero no se estuvo quieto, de pronto se encojió y quedo un gatito que fue a parar debajo de otra cubeta, una pequeña y metálica, que le quedaba de sombrero.
Luego vinieron otros gatos, uno blanco, uno güero, uno pardo y enseguida otros que tenían rayas de esos mismos colores: la multiplicación de los gatos. Empezaron a reunirse en el cuarto de mi abuela y a caminar sobre su cama y sus muebles. Estaban como platicándose algo a puras miradas. Mi gatito estaba cansado, se fue a meter adentro de la jaula vacía de pájaros que cuelga del ropero y ahí se durmió.
De la nada apareció una hoja de papel con la imagen de la palabra: DESTINO.
Mi abuela murió hace ocho años, ni su cuarto ni su jaula existen. Tampoco esos gatos, todos vivieron alguna vez en el patio y se fueron muriendo uno por uno. El único felino que respira es El Flechito, este cabrón gato que vive conmigo y que duerme junto a mis pies cuando me siento a escribir.
Sueño Vivo
El jueves se me atravesó un violinista vestido de mariachi como a eso de las 8.30 am. Lo vi a la entrada del fraccionamiento cuando iba rumbo al trabajo. Más adelante, en un semáforo me tocó escuchar a un viejito interpretar una melodía utilizando como instrumento musical la simple hoja de algún árbol. Como a eso de las 7.30 pm fui a Playas y se me atravesó una estudiantina. Ya en el malecón mientras tomaba mi café junto al mar llegaron unos morros e hicieron sonar sus tambores y bailar en el aire unos palos con fuego. Este regalo es para usted, dijo uno de ellos frente a mi mesa.
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