A las 2:25 no hay nadie en la oficina y un silencio... solo escucho la respiración de la impresora y el sumbidito que produce el torrente eléctrico de mi compu. De pronto me quedo sin tener qué hacer.
Como al acecho, una cascada de preguntas saltan de lo más profundo de mi corazón:
¿Estás dispuesta a renunciar al pensamiento mágico?
¿A la locura de un cómplice del pensamiento mágico?
¿No te has cansado de tanto pinchi loco?
¿Amor?
Todas, aquí adentro, inician la gritadera, discuten, lanzan tomates, piedras y escupitajos. Se desgreñan.
Lloro pa'rriba con la esperanza de que no se me corra el rimel. La respuesta es sí, estoy harta. La otra respuesta es: amo mi casa y todo lo que he logrado, también me gusta estar sola; amo el silencio de mi cuarto de estudio, de mi habitación, de mi casa toda durante los fines de semana; amo esa paz que yo misma me procuro.
Y ni modo, la vena dramática hace su reaparición. Y escribo.
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