24 julio 2013

Estábamos delante de un círculo de fuego. Nos descalzamos y bailamos al son del violín que tocaba el anciano. En la madrugada fumamos tabaco machuchi. La noche fue demasiado corta.

Me envolví en un rebozo de algodón cuando empezó a hacer frío. Sólo dejé mis ojos descubiertos para ver entre otras cosas el mar de nubes que caminaba en el cielo. La luna volaba despacio sobre los árboles de eucalipto. Las lechuzas se paseaban entre las ramas.

No podía dejar de verlo: él era una montaña cubierta de rocío y plantas silvestres. Danzaba y ayudaba, depués se sentaba junto al anciano o tocaba las percusiones. Nos comunicamos en silencio a través de la luz que salía de la leña ardiente. Lo dicho no puede saberlo nadie.


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