1
Una parte de mi historia está perdida. Una parte de nuestra historia está perdida. Aprendemos a recordar aquello que las instituciones nos dicen que es importante. Las instituciones son “organismos” que legitiman el orden y el pensamiento único. Somos aquello que recordamos, aquello que podemos nombrar y en esa medida trazamos expectativas. Hemos sido educados, organizados. Luchar contra ese orden con su propio lenguaje produce desesperanza, frustración y rabia.
Una parte de mi historia está perdida. Una parte de nuestra historia está perdida. Aprendemos a recordar aquello que las instituciones nos dicen que es importante. Las instituciones son “organismos” que legitiman el orden y el pensamiento único. Somos aquello que recordamos, aquello que podemos nombrar y en esa medida trazamos expectativas. Hemos sido educados, organizados. Luchar contra ese orden con su propio lenguaje produce desesperanza, frustración y rabia.
La cuestión es que
desacreditamos los recuerdos, lenguajes y expectativas ilegítimas ante la censura de los “organismos”.
No obstante, los reconocemos posibles en el campo de los sueños o de la
ficción, en ese espacio nos permitimos lo ilógico y aceptamos otras narrativas.
Existe un “algo” en nosotros que descubre, que inventa, que resuelve “una
tercera imagen”, algo que tiene su origen en nuestro instinto de supervivencia.
Por tanto, creo que escapar del orden también es una acción necesaria para
mantenernos con vida.
¿Cómo desprenderse de un ser construido e in-corporado desde ese paradigma? ¿Cómo desestimar la razón, lo cierto? ¿Para qué? Precisamos inventarnos otra historia, incorporar otros discursos del tiempo, la memoria, la naturaleza, la persona; vencer el miedo, incluso a nuestra sombra; asimilar el shock de lo que parece incertidumbre, no hay tal: este orden nos conduce hacia la precarización. Mientras lo aceptamos, avanza la ceguerra.
2
Nuestro egoísmo se
alimenta de pre-juicios instalados en la razón y en la sombra. Cuando nuestra
razón se fisura, la claridad, lo fantástico, el miedo y la violencia entran en
conflicto, destruyendo el cuerpo y resquebrajando también a “los organismos”. A
veces olvidamos que somos sólo una especie más en este planeta, otras veces
tenemos consciencia de ello. Atribuimos demasiado poder a nuestra inteligencia,
la igualamos con el espíritu de la vida y no son “lo mismo”. Cuando ganamos
claridad la sombra se transforma, sólo eso.
¿Es posible que
reconocer la existencia de otros espíritus no humanos poniendo en cuestión la
supremacía de nuestra inteligencia construida, “organizada”, “única”, logremos
trascender los límites de las estructuras de conocimiento sobre las cual están
montadas nuestras nociones sobre la vida, formas de estar juntos, formas de
habitar, aquello que ingerimos o aquello que nos cura?
3
Una parte de mi
historia está perdida. Mi padre llegó a Tijuana desde San Blas, Nayarit, a los catorce
años. Hablaba siempre del mar, de los ríos, de su Nana y de un viejito que
cuidó de él y de sus hermanos. Quedó huérfano de su propia historia, decidió
desenraizarse por algo que no nos dijo. Vivió en un mundo de penumbra, muy
confundido, siempre solo.
El mar fue el único lugar donde lo vi feliz. Nadaba hasta la última ola y allá se quedaba mucho tiempo. A través de ese elemento lograba establecer contacto con su familia, con todo lo digno de recordarse que había perdido, y estaba en paz. En la tierra era un animal salvaje, un loco. Mi padre hablaba con los búhos y sabía encender el fuego.
El mar fue el único lugar donde lo vi feliz. Nadaba hasta la última ola y allá se quedaba mucho tiempo. A través de ese elemento lograba establecer contacto con su familia, con todo lo digno de recordarse que había perdido, y estaba en paz. En la tierra era un animal salvaje, un loco. Mi padre hablaba con los búhos y sabía encender el fuego.
1 comentario:
Me gusto mucho.
Abrazo, más claridad y menos miedo.
Dani.
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