Anoche hablamos sobre nuestra herencia colonial, nombramos la dificultad para reconocernos en los otros y cómo en el espejo sólo atinamos observar las diferencias. Y preguntaba un muchacho si la identidad era imprescindible para un movimiento social. Observamos caer como una roca enorme el capitalismo sobre la historia del último siglo mexicano, cómo a fuerza de palos se tejió un discurso para convertirnos en una nación y cómo igualmente ahora se destruye. Vimos el tiempo largo y el tiempo corto en nuestros intentos colectivos por ser otros. Empezamos a comprender la necesidad de cambiarnos de nombre.
El pasado jueves una anciana nos dijo que para hacer un surco donde sembrar una semilla de maíz con fuerza se abría la tierra. (La fueza masculina, no los hombres, abre, rompe. La fuerza femenina, no las mujeres, incuba, nutre. Unidas estas fuerzas dan a luz).
Hoy despertó junto a mi cama un libro de Ernesto Cardenal que me regaló un hombre que conoció a Cardenal una vez que le hablaba sobre el amor más grande, compartíamos el sueño vivo de otro mundo y le contaba de un lugar de soñadores que fue nombrado Solentiname. Y son curiosas estas coincidencias porque anoche estuve con otros soñadores aprendiendo a hacer la magia de la consciencia de estar vivos y conectados y nos vimos en la necesidad de recordar la histora de quiénes hemos sido y somos tras el colonialismo y el neoliberalismo para seguir intentando otro mundo aquí.
Vi ese libro a mi lado esta mañana, lo tomé y lo abrí en la "Hora 0" que es un poema sobre la historia de Latinoamérica y el amor más grande. Lo leí en voz alta y pensé por un momento que hablaba sola, entonces sentí que le leía al tiempo, a este día, a mi casa, a mí misma y a mi gato, El Flechito, que estaba muy atento sentado en la alfombra como si entendiera de poesía, de historia o de amor.
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