Hoy anduvimos toda la tarde con mi mamá en el carro, durante el camino nos platicó que la abuela criaba puercos para vender durante los años que el abuelo trabajó en California y que era dueña de la tienda del pueblo junto con la tía-abuela. En ese tiempo, estas mujeres estaban en sus veintes casi treintas y se hacían cargo de la bisabuela, de la casa, de las tierras, de los animales, de la tienda y la paletería, de las otras mujeres solas, de los otros niños y niñas solos, de las juntas escolares, de las fiestas, de todo en realidad. Y decidían sobre sus vidas.
Cuando migraron a Tijuana las cosas cambiaron, el abuelo tomó el control y empezó a decidir. La abuela quedó reducida a hacerse cargo de la cocina y los niños, mientras que la tía-abuela empezó a trabajar en California como nana y planchando ajeno. En ese tiempo la abuela se enfermó, entró en una como ausencia y en una tristeza que le duró casi treinta años. Poco antes de morir decidió ser feliz y se estacionó en un universo que creó ella misma, al que nos dejaba entrar de vez en cuando.
Mi mamá piensa que durante su infancia vió vivir a su madre con mucha libertad, y que su libertad se basaba en la independencia económica que alcanzó gracias a su trabajo y al dinero que recibía del abuelo. Mi mamá ahora comprnde la influencia que tuvo esa imagen en su vida, cree que por eso nunca dejó de trabajar y nunca pidió permiso para hacer nada, aun en los momentos de mayor pobreza.
-Pude haber cometido muchos errores, pero las enseñé a ser independientes, a no someterse a nadie, a no pedir permiso, a no obedecer a ningún hombre. No sé si esto implique que se queden solas, pero eso ya es cosa suya.